jueves, 10 octubre 2024

Henry Ruiz: “Daniel Ortega sepultó la revolución”

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El comandante Henry Ruiz, "Modesto", ex miembro de la Dirección Nacional del FSLN, habla sobre la importancia de Ortega durante la revolución, su ambición por el poder y de algunas cosas que hizo en la época y de las que hoy se arrepiente

Para Henry Ruiz, el Comandante Modesto, quien fue parte de los nueve comandantes que formaron la Dirección Nacional durante los años 80, la revolución quedó sepultada después de las elecciones de 1990. Y de ella, dice, ya solo quedan bonitos recuerdos.

De aquella época se arrepiente de varias cosas: de no haber atendido al campesinado, de haber sido demasiado ingenuo, del la Ley del Servicio Militar obligatorio y también de no haberse involucrado en la lucha de poderes de los comandantes durante los años 80, ya que asegura que en esa época, todos los miembros del Frente Sandinista le entregaron el poder total a Daniel Ortega y la consecuencia es la actual situación de dictadura que según él se vive en Nicaragua.

Sin embargo, Ruiz asegura que su tarea era luchar para derrocar una dictadura y él la cumplió. Algún dí­a, expresa, si realmente hizo algo histórico, va a aparecer en algún libro. Mientras tanto, no tiene interés en ser reconocido por Daniel Ortega y Rosario Murillo como combatiente de la revolución.

¿Usted cree que Daniel Ortega ha tergiversado la historia de la revolución?

Daniel Ortega no es el único. Hay historias terribles de dictadores que no alteraron los hechos, sino que destruyeron a los sobrevivientes para montarse sobre esa idea del poder. Por razones que ellos mismos tienen. No estemos creyendo que Daniel Ortega es un tipo único en términos de prototipos polí­ticos. Quién cae en la idea del partido único es Stalin. Y aquí­ comienzan a parecerse los paradigmas. Gente afanosa de poder con una mediocridad de por medio, que logra, por circunstancias polí­ticas, imponerse sobre los demás. ¿Cuáles son los demás que tuvo Daniel Ortega? Que la tendencia tercerista tuvo más éxitos militares que las otras tendencias. ¿Qué es lo que vino a hacer esta tendencia? Creer que era la vanguardia. En medio de eso, habí­a una comandancia donde no es cierto que fuéramos iguales entre nosotros. Daniel estaba a la cabeza de la Junta de Gobierno y nosotros tratábamos de que esa cabeza funcionara. Entonces nosotros delegábamos parte de nuestra autoridad. Estaba Moisés Hassan, estaba Daniel Ortega pero estaba también Sergio Ramí­rez y ahí­ hay marcada una correlación de fuerza. Esa correlación de fuerza se fue afianzando con el apoyo que le daba Sergio Ramí­rez a las decisiones de Ortega. A mí­ que no me digan que cómo pasó esto. Pasó porque ustedes lo inflaron (a Daniel Ortega). Pero nunca ha sido solo. No tiene capacidad. Y ahora ese segundo al mando se llama Rosario Murillo, con una ambición de mando fantástica. Si es que se juntaron el hambre y las ganas de comer.

Con toda esta tergiversación con la que Ortega habla cuando se refiere a hechos históricos, como dice usted, por sus ansias de poder, ¿ha sepultado a algunos personajes que deberí­an ser resaltados?

Es que eso es parte de ese proyecto de consolidación de poder personal. Usted no puede estar compitiendo. Los va sacando.

¿Y a quién cree que siente él como competencia?

El hermano se siente marginado. Y Daniel ha sido tan fuerte que, no sé si en el periodo de doña Violeta o de Alemán, Humberto salió a dar lecciones de polí­tica desde afuera y lo mandó al carajo. Le fue a decir que se fuera y que se hiciera cargo de sus empresas, públicamente. Al grado tal que yo lo sé porque lo oí­. Y ahí­ hay un corte familiar por poder polí­tico. Pero hay otros compañeros que deberí­an ser mencionados, pero no se mencionan porque son competencia, puro mercadeo.

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¿Cómo quienes?

Como Luis Carrión. Luis Carrión tiene méritos para estar ocupando cualquier ministerio de esos. Yo lo veo muy capaz. Luis Carrión fue incluso un buen combatiente ¿pero por qué no se menciona? Porque es competencia.

¿Y usted?

Yo dije que me retiré de este Frente. Mis raí­ces estuvieron en el partido socialista, abandoné ese partido para irme al Frente Sandinista y no fui buscando nada más que un lugar donde luchar contra esa dictadura. Creo que esa misión la cumplí­. La otra medio la hice, estando como ministro. Pero todo lo que pueden encontrar es mi empecinamiento en hacer algo por el paí­s. ¿Qué hago ahora? Luchar por la institucionalidad. La institucionalidad democrática significa que aquí­ no debe haber reelección. Fue un error de nosotros haber dejado que este señor se encaramara donde está y que ahora sea presidente eterno. Deben haber formas de relevo del poder polí­tico. Debe haber rendición de cuentas y transparencia, eso va contra la corrupción pública. Y ahora no hay rendición de cuentas, ahora lo que hay es un masajote de corruptos. Este es un gobierno de corruptos. Donde usted le encuentre, le pincha el dedo y sale corrupción. Eso no es sandinismo. Sandino es el de la famosa frase del que no aspira ni siquiera a un pedazo de tierra donde lo entierren, tiene derecho a ser oí­do. Esa es la esencia del sandinismo. La pelea contra Somoza no era una empresa. Y si eso era y no lo entendí­, me engañaron.

¿Usted como personaje se siente relegado de la historia?

No. Ahí­ ando con los campesinos de la lucha contra el Canal. Es que donde quiera hay lugares para luchar.

Me refiero relegado su papel en la revolución.

Si algo se hizo históricamente ahí­ va a aparecer un dí­a en un librito. En una circunstancia en que la gente va a poder leer. Eso no es historia, eso de ahorita. La historia se asienta. Cuando todo está asentado la historia aparece. Qué gano yo con que me mencione, con que me diga Rosario Murillo “el hermano Modesto”. Cuidado que me desprestigian. “Ya se vendió”, van a decir.

Hablando de Rosario Murillo, ¿cuando usted la conoció tení­a esa ambición de mando que me dice que tiene?

La conocí­, pero no es que la trat锦 No era la ocasión, no era del cí­rculo. Yo no soy intelectual. Lo que yo logré ver es que era trabajadora. La vi alguna vez haciéndole de secretaria a la Junta de Gobierno y a Daniel. Arrecha a trabajar.

¿Y alguna vez vio ambición de poder en ella?

Yo creo que esos pleitos que tení­a en la intelectualidad era para colocarse encima del poeta Cardenal, porque el aval polí­tico era el poeta Cardenal. Ella era la mujer de Daniel. Incluso alguna vez Daniel llegó a decirnos en la Dirección que no le hiciéramos caso a Rosario, porque se habí­a dado cuenta de que ella llamaba diciendo “Daniel dice”. A mí­ me llamó una vez. Y lo le dije: No, decile a Daniel que me llame él. Aquí­ hay norma para hacer tal cosa y esa norma se aplica.

También me decí­a que ustedes entregaron parte de su autoridad a Daniel. ¿Él querí­a ese poder?

La figura de transición es la Junta de Gobierno. Y en la Junta de Gobierno está Daniel por los terceristas, pero también está Sergio Ramí­rez. Estaba Moisés Hassan por la GPP (Guerra Popular Prolongada), está doña Violeta y está Robelo por la empresa privada. Pero el jefe era Daniel Ortega, por delegación, por conveniencia polí­tica. Y cuando vamos a gobernar, él empieza a ser el mando de ese proceso. Se planteaban las cosas y se le encargaba al compañero Daniel que hiciera tal cosa, y él hací­a lo que le roncaba. Mentira que éramos iguales. El mismo uniforme era simbólico”¦ Aunque ni el mismo uniforme tení­amos porque Carlos Núñez tení­a un uniforme distinto, Tomás Borge se poní­a otro. Los hací­an en Cuba, el sastre de Fidel.

¿Desde ahí­ usted sintió que le dieron el poder a Daniel Ortega?

Desde ahí­ se fue concentrando. Desde que nace la tendencia. No sé por qué lo ven hasta última hora. ¿Por qué en las segundas elecciones no cambiamos al candidato si tení­amos el poder para hacerlo? Tomás querí­a hacerlo. Tomás incluso hizo campaña para que fuera el nuevo candidato. No, no lo hicimos. Y lo que alegamos fueron puras pendejadas para que no se moviera Daniel. Y algunos intelectuales lo sospechaban.

Además: El origen del poder de Daniel Ortega

¿Quiénes?

No voy a decir nombres porque están ahí­ y para qué los voy a echar a pelear, pero lo sospecharon: “Ve, le están dando mucha rienda a este”. Pero ellos mismos tení­an la culpa. Cuando se iban a delegar las tareas, decí­an: “Que vaya fulano”. El mismo jodido de siempre.

¿Para usted queda algo de la revolución?

¡No hay nada! Más que unos ciertos recuerdos que se van muriendo. ¿La campaña de alfabetización? Lindo, es una belleza. ¿Qué le va pasando a los que participaron? Van envejeciéndose y van quedando. La gloria de la lucha antiimperialista”¦ ¿Qué es lo que queda? Y no quiero con esto, dañar el heroí­smo genuino que tuvo el pueblo para tumbar la dictadura. Y de eso no debe de olvidarse el dictador, que ese sentimiento está en las raí­ces de nuestro pueblo.

¿Y no cree que esta es una segunda etapa de la revolución? A como dicen.

No. Eso se acabó. La sepultó. ¿Sabe cuándo yo pensé que iba a haber segunda etapa de la revolución? Cuando doña Violeta gana, yo creo que es la oportunidad de volvernos a organizar y hacer el planteamiento de una revolución democrática burguesa, y no el planteamiento de la revolución socialista. Y yo creí­ que lo í­bamos a hacer. Pero no, nos disgregamos.

¿Y usted qué errores asume personalmente de ese tiempo?

Tal vez haber sido muy crédulo, ingenuo.

¿Y como comandante?

Tal vez la lucha por el poder no la asumí­. Tal vez si hubiera asumido la lucha misma por el poder, hubiera ayudado a acomodar las cosas mejor. Y no hubiéramos tenido esto que estamos viendo. Eso yo lo he reflexionado”¦ No me metí­ para nada. En la lucha por el poder se miraba Daniel y Tomás Borge y Humberto Ortega. Ahí­ que se maten, dije. Pero no debí­ haber dejado sola esa cancha polí­tica. Y la dejé. Es una falla importante porque tiene trascendencia. La otra, es en el campo militar. Yo creo que la fuerza social en la que nosotros hicimos el trabajo de guerrilla no estaba en ese campesino que estaba allaaá en los bloques de montaña. Es el finquero. Esa era la clase que debí­ haber encontrado. Ese sí­, y estaba disgustado con Somoza.

Y luego en los 80 ¿qué piensa, por ejemplo, del Servicio Militar?

Ahí­ hay una cierta controversia. Los completamientos de la plantilla militar eran de 24 a 30 mil jóvenes, que debí­an de rotar en un periodo de seis meses. Hay un momento en que estaban repitiéndose los jóvenes. La guerra se habí­a puesto muy difí­cil para nosotros. Al grado tal que hubo que tomar decisiones polí­ticas para apoyar planes militares como era atacar al enemigo en territorio hondureño. Ahí­ está la Ley del Servicio Militar obligatorio. La verdad es que, aunque sí­ voté porque se propusiera la Ley, frente a estas dificultades, soy de la opinión que una causa se defiende con voluntariedad. No creo yo que me obliguen a defender la patria agredida. Para que yo sea efectivo en el combate debe moverme la voluntad. Estar convencido de que la misión es justa. Y esa Ley vino desgastando la opinión polí­tica favorable nuestra. Cumplió una función pero creo que está entre las causas por las cuales el voto de la población se fue en contra de nosotros.

Pero a pesar de estar en desacuerdo votó por la Ley

Voté. ¿Asumo responsabilidades? Sí­, esta es una de ellas. Pero no estoy convencido de que esa era la salida. Como no estoy convencido que la tarea era armar un ejército estructurado. Mientras le dimos chance a la guerrilla de guardias que se organizaran. Mi opinión es que le hubiéramos entrado desde temprano, no los hubiéramos dejado respirar. Perdimos tiempo y en ese tiempo se consolidó. Nos enredamos todos.

¿Subestimaron a los campesinos durante los años 80?

Es que nunca los atendimos. Un campesino que fue comandante indio aquí­ vení­a y me decí­a: “Mire comandante, la revolución era buena. Yo no sé pa qué jodidos le obedecieron a los cubanos y se metieron con los comunistas”. No hicimos el esfuerzo por acercarnos a ellos. El campesino tiene una psicologí­a delicada. Si lo engaña un poquito es arisco, desconfiado. No los atendimos, por mucho que hable Jaime Wheelock. Tal es así­ que rapidito se lo llevó la Contra.

¿Y de arrogancia no pecaron los comandantes?

Sí­, ese es un mal del poder. De repente no se da cuenta usted y se vuelve arrogante. Hace poco vino un compañero, que ya se murió, a decirme que no querí­a morirse sin verme. “¿Huevón y por qué no me buscaste? “, le digo. “Pero si es que era imposible llegar donde vos”, me dice. Se vuelve inaccesible el ser que está en el poder.

¿Usted fue así­?

Debo haber tenido. A lo mejor no quiero reconocer pero debo haber tenido esa arrogancia. Es un mal. El poder es dañino a los humanos.


Plano personal

Henry Ruiz Hernández, el Comandante Modesto, nació en Jinotepe el 27 de septiembre de 1943. Su madre era una campesina analfabeta que se dedicaba a ser ama de casa y su padre era un pequeño comerciante de madera. Tiene doce hermanos.

Su vida polí­tica la empezó en el partido socialista pero lo abandonó, junto con sus estudios de Fí­sica y Matemáticas en Moscú, para unirse al Frente Sandinista en 1968.

Modesto dirigió una de las tendencias del FSLN, la Guerra Popular Prolongada (GPP), la cual creí­a en que debí­an armar y entrenar a los campesinos de las montañas para que la guerrilla se fortaleciera y luego bajara a la ciudad.

Durante los años 80 fue uno de los nueve Comandantes que gobernaron Nicaragua.

Actualmente vive en Los Robles y en una entrevista aseguró que iba a vender su casa porque estaba endeudado. Su forma de vida le hace justicia a su seudónimo de guerra: vive en una casa grande pero no tiene muchos objetos. En la sala de su casa resaltan la escultura de unas botas de guerrillero, como las que él aún usa, un cuadro de Fidel Castro y otro de Sandino.

Él se define como ateo y su perro se llama Satán. Es un rottweiler grande y aparentemente agresivo. El comandante asegura que le puso Satán porque “hay que reivindicar el nombre del diablo”. Además, dice que es probable que sus vecinos se asusten por las noches porque él se levanta buscando a su perro gritando: “Satán, Satán”.

(*) Entrevista tomada de La Prensa, de Nicaragua. Por el interés en el conflicto de actualidad en ese paí­s centroamericano

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