Por Grego Pineda.
La exposición se da en un contexto país muy particular, con El Salvador renaciendo y reinventándose y que mejor forma que con la niñez expresándose a través del arte, y por primera vez en muchos años, soñando con un futuro diferente. Los niños son muy perceptivos y no son ajenos al proceso histórico que vive nuestro país en estos últimos años, a la esperanza con que los adultos vemos el país que surge como una luz capaz de iluminar nuestro cielo nuevamente y ellos lo perciben y lo saben.
Felicito a los sesenta y siete niños y jóvenes que han volcado su talento, previa guía de Miguel Ángel, en un lienzo que los representa ahora y que les dice, a trazo limpio, hacia donde deben mirar: hacia adelante, hacia lo que les gustaría ser, hacia el país que les gustaría, hacia su lugar que les gustaría ocupar.
El artista Miguel Ángel Ramírez es conocido y respetado en la República de El Salvador, por sus pinturas únicas. Sus obras le han dado otra dimensión y vigencia al rostro de la infancia nativa de nuestro país. Es un gran aporte antropológico y con maestría virtuosa ha capturado el candor, pureza y profundidad de la mirada de cada rostro de infante que, en singular o plural, plasma en sus lienzos ansiosos de tener vida, presencia y, por qué no, trascendencia. El arte de Ramírez tiene una identidad propia y bien definida al punto que permite identificarlo sin siquiera mirar su firma.
Y asumiendo que todos conocen la obra pictórica de “nuestro” Miguel Ángel, ya no es necesario hacer referencia a esas miradas que tienen insinuada una lágrima o cuyas expresiones atisban la tristeza legendaria del que fue sometido y aún no liberado. Él pinta rostros de niños y niñas, pero quizá, adivino, se refiere a la infancia de nuestra civilización que, en el caso particular de El Salvador, se desprendió de la poderosa madre patria Maya, radicada en Guatemala. Centurias han pasado, pero el rostro ancestral no lo borraremos y mucho menos en Panchimalco, ¡Gracias a Dios o a Tlaloc!, a pesar de la vergüenza vergonzante de algunos criollos.
Entonces volvemos a nuestro Miguel Ángel, que siendo genuino y fiel a su inspiración y cosmovisión nos hace un favor a los salvadoreños, en reflejar la prístina esperanza que anida en los corazones de nuestra niñez, de ansiar un presente armonioso y anhelar que sea repetido, día a día. Esto deberíamos aprender, nosotros los adultos. Hemos perdido el rumbo y la niñez está para inspirarnos en retomar los valores descuidados por allí, empolvados o lo que es peor, vendidos.
Miguel Ángel Ramírez es un quijote salvadoreño que no necesita pelear contra molinos de viento, ni siquiera emular las metáforas de Cervantes, suficiente tiene con bregar en el camino agreste de la cultura salvadoreña. Pero no todo está perdido, hay niños y niñas que, con sus padres, persiguen reinterpretar y revalorar el presente para aspirar a un mejor futuro, inmediato y urgente, para estos salvadoreños que pronto florecerán y de allí la vitalidad del proyecto cultural de Ramírez, que les da un espacio para que se desarrollen y que difuminen sus aromas de cambio, revalorización, originalidad, color y grandeza.
Y con las valorizaciones anteriores, es comprensible que en la Fundación y la Casa Taller Panchimalco se presente ahora, con fuerza, dignidad y valor, esta Exposición de la obra resultante de un Taller Especial, profesionalmente administrado y dirigido, con sesenta y siete niños y niñas que han dedicado tiempo, energía y concentración a comprender los principios básicos de la pintura y ya con ellos, expresar “su” mundo, el cual ¡ojalá!, sea nuestro mundo, el que ha sido poblado por la duplicidad de valores de sobrevivencia, la mercancía como cenit de nuestra vida, el engaño oficializado, en conclusión, que no somos dignos de ser modelos de la prístina belleza que pinta Ramírez.
Finalmente, felicito a la Fundación de Miguel Ángel Ramírez por su incansable y valiosísima labor con la niñez y juventud salvadoreña, que no son el futuro, sino el presente. El día a día y que debemos regar con conocimiento, valores, esperanza, mejores horizontes y, sobre todo, con arte, mucho arte.
“Rostros y Flores” es para que los niños y jóvenes descubran o revelen su rostro o los rostros que aman o les gustaría amar y las flores que les gustaría tener en el jardín de sus vidas o en el jardín del hogar perdido o expresar el rostro del padre soñado y ausente o de la madre amada pero que, por necesidad, tuvo que migrar a buscar el pan que en casa no encontró. Pero puede ser el rostro de ellos y en todo caso, el rostro del arte, del que permite que cada espectador pueda reflejarse en él y repensarse en el “toque” que cada niño, niña o joven le imprime. Estos niños no son el futuro, son el Presente y a ellos: un aplauso.