Por Margarita Mendoza Burgos
De los siete pecados capitales, la envidia quizás sea probablemente el menos grave, pero también el más común.
¿Quién alguna vez no sintió envidia? Es propio de la condición humana. Ver al vecino con un carro nuevo, o ver al compañero de trabajo recibir un ascenso o ver la foto de un conocido veraneando en las playas nos produce una extraña sensación de angustia y deseo
Nuestra envidia dura siempre más que la dicha de aquellos que envidiamos”, escribió el filósofo francés François de La Rochefoucauld en el Siglo XVII. Razón no le falta. Si bien no todas las personas tienen envidia, es una característica bastante frecuente en el ser humano. Ven que otro tiene más de algo -no importa el qué- y no se plantean si le ha costado alcanzarlo o no, simplemente piensan que lo tiene sin reparar en los esfuerzos.
Es casi inevitable compararnos con el resto, y esa competencia siempre saldremos perdiendo y aflorará la envidia por un hecho muy sencillo: habitualmente nos medimos con aquello a lo que aspiramos y no con los que están peor que nosotros. Esa situación nos deja en total desventaja.
Además, a eso hay que sumarle la percepción. “El césped del vecino siempre es más verde que el nuestro”, dice la frase que resume nuestra permanente inconformidad. Con el apogeo de las redes sociales, en muchos casos hay una clara intención de provocar envidia en algunos de nuestros posteos: la foto luciendo espléndida o presumiendo de una buena compañía busca algo de eso. Sin embargo, pocos comprenden que detrás de esas fotografías que generan envidia hay mucha falsedad o realidad prefabricada. Nadie es tan perfecto como parece serlo en Instagram o Facebook.
No siempre valoramos nuestros logros lo suficiente. En mi caso, soy de las personas que viven siempre tratando de hacer más cosas, pero hay otras que esperan que todo les caiga en la boca y piensan que el que se supera ha sido así, de forma fácil o que todo se dio por casualidad.
Investgadores de la Universidad de Chicago han conseguido demostrar que “la gente está menos celosa de los demás según pasa el tiempo, y que cuanto más tiempo pasa desde el momento que siente envidia, menos la sentirá”. En el caso del conocido que viaja a la playa , por ejemplo, sentimos más envidia los momentos previos a que se vaya de viaje, anticipando y elucubrando acerca de las experiencias que vivirá, que lo que nos podamos sentir cuando vuelva y el viaje se termine.
En muchos casos, la envidia nos lleva a detestar al que triunfa, a tratar de minimizar sus logros e incluso a ponerle obstáculos. Incluso, lo que es más grave, es que esa envidia puede producirse en los seres que amamos más: padres, esposo, hijos, amigos… Es que el envidioso no hace distinción. Contrarrestar esa sensación de envidia es muy complicado, no hay terapia que lo cure si al menos el envidioso no reconoce que lo es, lo cual no es tan fácil de admitir.
La única envidia para celebrar es la “sana envidia”, que sí existe. Son aquellos que aceptan que otros tienen cualidades o son aventajados, pero son capaces de sobrellevarlo e incluso alegrarse por ello.