Dos visiones diferentes sobre integración: España y Centroamérica

"Centroamérica sigue atrapada en un regionalismo retórico, sin voluntad real de construir un proyecto común": Arnoldo Sermeño.

Por José Arnoldo Sermeño Lima.

Este 12 de junio el Rey de España presidió una ceremonia celebrando los cuarenta años de la firma del ingreso de ese país a la entonces llamada Comunidad Económica Europea (CEE), hoy Unión Europea (UE). El ingreso se produjo efectivamente el siguiente 1 de enero, en 1986, marcando un cambio significativo en su proceso de desarrollo, no solo por el acceso al mercado común europeo, sino porque conllevó una transformación integral del aparato institucional, económico y social. La integración a Europa implicó un proyecto de modernización nacional, respaldado por una visión de futuro.

A pesar de los nacionalismos internos que la conforman, España logró una convergencia gradual que la llevó de ser un país semiperiférico al resto de Europa hasta convertirse en una economía de respeto en dicho continente, y a ocupar un lugar en el mundo. La integración europea le sirvió para lograr un proceso sostenido de desarrollo y la estabilidad democrática.

Por otra parte, Centroamérica ha tenido una trayectoria errática en sus intentos por construir una región integrada. Aunque las batallas libradas por Francisco Morazán y sus seguidores en el segundo cuarto del s XIX -especialmente entre 1827 y 1842-, y a pesar de contar muy posteriormente con iniciativas como la Organización de Estados Centroamericanos, ODECA (1951), el Mercado Común Centroamericano (1960) y el actual Sistema de la Integración Centroamericana, SICA (1991), todo ello se ha esfumado en buenos propósitos, sin concretar lo que sí alcanzó España, pese a que todos estos esfuerzos unionistas centroamericanos fueron contemporáneos o incluso previos a los hitos más importantes en la conformación de la Unión Europea, como la Declaración Schuman (1950), el Tratado de Roma (1957), el Acta Única Europea (1986), el Tratado de Maastrich (1992), el Acuerdo Schengen (1995) o el Tratado de Lisboa (2007).

En el caso centroamericano, los avances han sido limitados; y los resultados, en muchos casos, decepcionantes.

España y la UE: Una transformación estructural

Tras la muerte de Francisco Franco (1975) y luego de emprender la transición a la democracia, España buscó un nuevo marco que trajera estabilidad y modernidad a su población. La adhesión a la CEE fue una oportunidad para clausurar el aislamiento y atraso en el que estuvo durante buena parte del siglo XX. La negociación fue compleja, duró más de siete años, pero culminó con éxito.

La pertenencia a la UE trajo beneficios tangibles:

  1. Fondos estructurales y de cohesión: España se convirtió en uno de los principales receptores de fondos europeos, que fueron clave para construir infraestructuras, modernizar el sistema educativo y sanitario, y reducir las desigualdades territoriales.
  2. Modernización económica: La apertura del mercado y la competencia europea obligaron a España a reformar su economía. Sectores como el agrícola y el industrial se reestructuraron, mientras que los servicios, especialmente el turismo, se consolidaron como motores de crecimiento.
  3. Consolidación institucional: El marco jurídico y político europeo exigió mejoras sustanciales en transparencia, gobernanza y eficiencia del Estado. Las instituciones españolas se profesionalizaron y la democracia se fortaleció.
  4. Proyección internacional: España pasó de ser un actor marginal a tener voz y voto en las grandes decisiones europeas e internacionales. La diplomacia española se revitalizó, y el país amplió su influencia en el mundo, principalmente en América Latina, el Mediterráneo y África.

A pesar de estos logros, España estuvo sujeta a tensiones y ajustes, principalmente en temas como el desempleo, que por momentos se incrementó sensiblemente; o los costos sociales que trajo la reconversión industrial. Sin embargo, el saldo global fue positivo. La pertenencia a la UE fue el catalizador de una España moderna, plural y estable.

Centroamérica: Una integración estancada

Por otra parte, como ya se adelantó, Centroamérica aparentemente ha compartido desde el siglo XIX la aspiración de la unidad regional. Tras la fallida Federación Centroamericana (1823-1838), hubo múltiples intentos de reunificación o al menos de coordinación interestatal. En 1951 se fundó la ODECA, un organismo de coordinación política sin mayor capacidad ejecutiva. En 1960 el Mercado Común Centroamericano (MCCA) impulsó una integración económica que fracasó por conflictos internos, rivalidades comerciales, crisis políticas y la guerra entre El Salvador y Honduras (1969).

Por otra parte, al finalizar las guerras civiles que asolaron a varios países centroamericanos especialmente en los años 70 y 80, se fundó el SICA en 1991. Este sistema amplió la agenda: incluyó derechos humanos, medio ambiente, seguridad y democracia. Sin embargo, su desempeño ha sido más simbólico que efectivo, destacándose como sus principales problemas:

  1. Instituciones débiles: Los órganos del SICA carecen de autoridad supranacional. Sus resoluciones no son vinculantes y su ejecución depende de la voluntad de los gobiernos
  2. Participación fragmentada: Nicaragua se ha retirado o bloqueado procesos en varias ocasiones. Belice y República Dominicana, aunque miembros, no siempre comparten el mismo horizonte político ni el grado de integración.
  3. Financiamiento precario: El sistema depende en gran medida de la cooperación internacional, pues los compromisos nacionales con los órganos de la integración no se honran regularmente. No existe un presupuesto regional robusto ni mecanismos efectivos de redistribución.
  4. Baja legitimidad social: La ciudadanía centroamericana no se siente parte de un proyecto regional. La integración es percibida como un asunto de tecnócratas y diplomáticos.
  5. Inestabilidad política: Las crisis democráticas y conflictos entre países han obstaculizado cualquier intento sostenido de integración.
  6. Membresía incompleta: Algunos países miembros del Sistema no se han integrado a todos sus órganos. Por ejemplo: Costa Rica ha decidido no formar parte de la Corte Centroamericana de Justicia; por otra parte, las resoluciones del Parlamento Centroamericano no sólo no son vinculantes para los Estados miembros, sino que además hay países ausentes por decisión propia (Belice y Costa Rica).

Dos modelos de integración

La comparación entre la UE y el SICA muestra diferencias profundas en su diseño, funcionamiento y resultados. Mientras la UE ha evolucionado hacia un modelo de gobernanza compartida, con cesión de soberanía en ámbitos clave, el SICA ha mantenido una lógica intergubernamental con escasa coordinación real. Por ejemplo:

  • En cuanto a naturaleza jurídica, la UE tiene un marco supranacional, vinculante; mientras que el del SICA es intergubernamental, no vinculante.
  • En lo correspondiente a fondos y presupuesto, la UE funciona con fondos propios, estructurales y de cohesión; pero para el SICA es dependiente de la cooperación externa.
  • La participación de los Estados en la primera es plena, continua y coordinada; pero en la segunda es parcial, fragmentada.
  • Por otra parte, en la UE la participación ciudadana es elevada, con elecciones a nivel de toda Europa; mientras que en el SICA es mínima o inexistente.
  • El impacto en el desarrollo en la UE es transformador y sostenido, mientras que en el SICA es limitado y desigual.
  • Finalmente, la institucionalidad en la primera es fuerte, profesionalizada; pero en el SICA es débil y burocrática.

Obstáculos estructurales en Centroamérica

La dificultad para avanzar en la integración regional no es sólo técnica o financiera, sino que además tiene raíces estructurales:

  • Estados frágiles: Muchos países centroamericanos tienen instituciones capturadas por élites económicas o estructuras clientelares, incluyendo en algunos casos la intromisión del crimen organizado.
  • Desigualdad: Las enormes brechas sociales y territoriales dificultan la convergencia y generan tensiones redistributivas.
  • Violencia y crimen organizado: La inseguridad impide la libre movilidad y socava la confianza mutua entre Estados
  • Falta de liderazgo regional: A diferencia de Europa, después del s XIX Centroamérica no ha tenido líderes que impulsen una agenda integracionista coherente y sostenida.

Conclusión

El caso español demuestra que la integración regional puede ser una herramienta poderosa para el desarrollo y la consolidación democrática, siempre que exista una visión política clara, instituciones fuertes y compromiso ciudadano. España no solo ingresó a la UE, sino que se transformó con ella.

Centroamérica, en cambio, sigue atrapada en un regionalismo retórico, sin voluntad real de construir un proyecto común. Mientras no se aborden las causas profundas de esa fragmentación -desde la debilidad institucional hasta la falta de inclusión ciudadana-, la integración seguirá siendo un horizonte siempre prometido, pero nunca alcanzado.