"Domesticado estoy para seguir la rutina y querer fundir mi energía con el universo": Gabriel Otero.
Imagen generada con Inteligencia Artificial.
Por Gabriel Otero.
Sí, hablo solo, ¿qué le voy a hacer? sigo siendo mi mejor amigo, no es locura o insania, como sustantivos banales emitidos por cualquiera que de seguro no se soporta, o no comprende los laberintos del yo, el monólogo intenso para reafirmar las mejores decisiones ante el porvenir, ando sumergido en un proceso revisionista de retrospección, y es que he tenido una prodigiosa manera para equivocarme, tropezar con la imaginación o con obstáculos obvios, a veces, con las mismas piedras que nunca aparté del camino.
Las manías son extrañas, suelo despertarme de madrugada para contemplar la oscuridad y pensar que llegará otro día más corto que el anterior, hasta que arriben los tiempos irremediables y se deslice la vida en la yema de los dedos. Me aturden los optimismos imbéciles, el auto engaño de pensarse recién nacido o en la flor de la vida cuando se cargan tres o cuatro décadas encima, las masturbaciones mentales para eludir lo inevitable, la ilusión de que jamás se cerrarán los ojos.
A mi edad, domesticado estoy, habito el mundo con mi palabra escrita, a veces me quedó en silencio porque no tengo nada que decir, solo lo estrictamente necesario, me aburre la verborrea, esa obligatoriedad de escupir mierda por la boca, como si el ano fuera el principio y razón única del ser y los intestinos se ubicaran en la cabeza, el cuerpo al revés, el cerebro, si es que queda alguna fracción, habitando en el tórax, y por ende, la estreñida capacidad de raciocinio, y es cuando las ideas se convierten en un lujo al ser producidas por otros.
Y aunque he dado tumbos por la vida, también he tenido certezas. De mi padre aprendí la disciplina, la capacidad para enfocarme y llegar hasta donde tenga que llegar. De mi madre, el amor por la vida y la facilidad de socializar, les guardo agradecimiento profundo a ambos y una admiración fuera de límites.
Desconozco si la facultad de distraerme sea genética, o si hacer ruidos con la boca sea solo ansiedad, me queda claro que jamás superaré la torpeza para dibujar o hacer manualidades, y aunque sepa manejar automóvil seguiré utilizando el transporte público porque así lo quiero.
Hoy me vi al espejo y no me reconocí, ese que tiene bolsas en los párpados y al que se le empequeñecieron los ojos no soy yo, es mi yo del futuro en el presente.
Domesticado estoy para seguir la rutina y querer fundir mi energía con el universo, algún día lo haré.
Es la única certidumbre real.