sábado, 13 abril 2024

Crónica del Día de Muertos

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Esta crónica imaginaria ilustra un 2 de noviembre típico en un cementerio de México, en donde esta celebración es una de las más arraigadas

La calavera siempre me ha pelado los dientes

Ya va a ser día de muertos, se dice el velador casi en voz alta en su cotidiano soliloquio, mientras camina zigzagueando entre los cipreses que cuenta a diario para no aburrirse.

Todas las noches es lo mismo, a ratos se jetea entre las lápidas, pero no por mucho tiempo porque el rocío de la noche mezclado con el humo de la refinería le penetra en los poros y cuando es de mañanita se tiene que limpiar con la crema Pond’s de su vieja.

La necrópolis española no sería nada sin don Jacinto, a él se debe que no se apañen a los muertos los pinches vivos y es que está canijo cuidar semejante extensión, que aunque esté rodeada por un muro a quien se le antojara saltarse lo haría sin mucho esfuerzo. Hubo una época en que a los genios dirigentes de la beneficencia española se les ocurrió meter perros entrenados en el camposanto, salomónica idea que duró cuatro días cuando a uno de los pastores alemanes se le hizo agua la boca de oler y luego mordisquear la pierna de don Jacinto y de remate le quebró su quinqué, heredado de su abuelo, reliquia familiar regalo de don Porfirio Díaz en sus tiempos de gobernante.

El chistecito le costó a don Jacinto las antirrábicas de rigor y unos días de reposo obligado en el hotel español que mucha gente conoce como sanatorio pero que hasta agencia de viajes tiene.

A don Jacinto no le gusta recordar eso porque le dan punzadas en la pierna, ya va a ser día de muertos dice casi gritándolo como si quisiera que lo escucharan los muertos, se recuesta en una de las tumbas de frío mármol, adormilado susurra “a mí la pinche calavera siempre me ha pelado los dientes”.

Que voten los muertos  

Oye ¿ya escuchaste lo que dijo Jacinto?

-Sí, pinche viejo, ya lo quisiera ver acá abajo

-Ya me harté que se venga a recostar en mi mausoleo

-Lo bueno es que mañana nos traen flores…¿cuáles son las que más te gustan?

-….las azucenas

-¡Yaaa! hasta parece que te gusta estar muerto

-¿A poco te gustaría estar vivo?

-En estas épocas ni loco, pero yo sigo vivo en el corazón de mis familiares y…..

-Que cursi te viste..

-Ya ni me dejaste terminar, te decía que sigo vivo en la memoria de mi familia pero también sigo vivo para el partido….

-¿Qué, fuiste militante?

-No, hombre, ¿qué no ves que nos hicieron votar?

-Ni cuenta me di

-¿Pero si te fijaste en la campaña que hizo el pelón?

-Sí

-¡Carajo!, si todos hubieran hablado al mismo tiempo ni se hubieran entendido, “que hablen los estudiantes”, “que hablen las amas de casa”, “que ladren los perros”, “que maúllen los gatos”….

-Bueno pues ¡salud!

-¿De dónde sacaste la botella de Terry?

-La trajo mi sobrino de España, el muy tarado la dejó acá el 2 de noviembre del año pasado

-Y la tenías bien escondida…

-Es que es para ocasiones especiales

-¿No te dejaron comida de casualidad?

-Pareces nuevo, ¿no ves que en este cementerio no se puede traer comida?

-Disculpa, lo que pasa es que yo vivía en el Panteón de Dolores

-¿Vivías?

-Todavía no me acostumbro a estar muerto

-Te entiendo, aún tienes mucho pelo y además no se te ven careados los dientes…¿no hiciste algún anuncio de Colgate?….

-¡Silencio!

-¿Qué?

-¡Schtt…!

-Ya se levantó Jacinto

-Ah que viejo, se quedó dormido toda la noche…

-Parece que ya van a abrir el cementerio…

-Nos vemos en la noche me saludas a tus parientes….

-Igualmente

Si no tienen título de perpetuidad no se les dará servicio

Las ocho en punto de la mañana, la reja verde se abre, la gente empieza a llegar en sus phantoms, corsairs y cougars, el estacionamiento del cementerio español ubicado en una calle cerrada no se da abasto “mi vida hay que llegar temprano porque ya sabes como se llena”.

-¿A cómo las flores?

-Las rosas se las dejo baratitas marchanta a 30 mil pesos la docena.

-¡Que caras! no abusen

-Estamos en México marchanta, ¿cuántas le doy?

-Cuatro docenas

Multitudes rezan una vez al año por sus seres queridos porque es necesario que descansen en paz.

En el camino principal, mas o menos en el centro del cementerio, se encuentra una pequeña capilla, a un costado hay un fuente en donde patos blancos, negros y bicolores mueven sus aletas para no perder sus costumbres natatorias.

La arquitectura de esta ciudad mortuoria es contrastante, ornamentos barrocos, altos capiteles, tumbas descuidadas como mordidas por el clima, torres coronadas por cruces “Consumatum est”, “Que Dios lo tenga en su regazo” y “murió como debía de morir, mentando madres”.

Una señora escuchaba acongojada al administrador: “si no tienen título de perpetuidad no se les dará servicio”, es el día en que más se visita el cementerio, el día de los llantos fingidos, “el día en que te extraño pero que bueno que te moriste”.

Ya es la hora de la comida, manadas de burgueses españoles o criollos dueños de los hoteles de paso de Tlalpan o de tiendas de ultramarinos llegan con sus hijitos “para que platiquéis con el abuelo Manolo” o la tía Pilarica. La necrópolis está repleta de flores que durarán dos días para beneplácito de los muertos. ¿Comida?, ¡jamás! “nosotros adoptamos las costumbres del populacho pero hasta ahí”.

Cuatro y treinta de la tarde, se van los cougars, los phantoms y los corsairs, los hermanos maristas llegaron tarde en su combi, la reja verde se cierra “tendréis que esperar a venir mañana hermanos”.

La calavera siempre me ha pelado los dientes

Don Jacinto en la noche no se podrá jetear sobre las tumbas porque están repletas de flores.

(México D.F., 1988)

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Gabriel Otero
Gabriel Otero
Escritor, editor y gestor cultural salvadoreño-mexicano, columnista y analista de ContraPunto, con amplia experiencia en administración cultural.
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