"La política arancelaria de Donald Trump dejó claro que en una economía globalizada, las guerras comerciales rara vez tienen ganadores": Alonso Rosales.
Por Alonso Rosales.
Desde el inicio de su mandato, el presidente Donald Trump adoptó una política comercial agresiva bajo el lema de “America First”, implementando aranceles a diversos socios comerciales como la Unión Europea, China, Canadá, Brasil, India y México. La intención declarada era proteger la industria y los empleos estadounidenses, corrigiendo lo que él consideraba acuerdos comerciales desiguales. Sin embargo, la realidad económica resultante mostró que los mayores perdedores no fueron necesariamente los países afectados, sino los propios consumidores estadounidenses y, de manera indirecta, las economías de América Latina.
Consumidores estadounidenses: ¿Protección o castigo?
Cuando el gobierno de Trump impuso aranceles sobre productos clave como el acero, aluminio, productos electrónicos, automóviles y alimentos, los países afectados respondieron con sus propias represalias comerciales. Esto creó una escalada de precios que, lejos de beneficiar a la población estadounidense, incrementó los costos de bienes básicos e industriales. Empresas que dependían de materias primas importadas —como la construcción, la automotriz y la tecnología— tuvieron que absorber esos aumentos o trasladarlos a los consumidores.
Un claro ejemplo fueron los aranceles sobre las lavadoras importadas. El precio promedio de una lavadora nueva en EE. UU. subió alrededor del 12%, afectando directamente el bolsillo de las familias. Similarmente, la industria agrícola estadounidense sufrió cuando China y otros países respondieron imponiendo aranceles sobre la soja, carne de cerdo y otros productos, reduciendo la demanda de exportaciones estadounidenses. Como consecuencia, Washington tuvo que aprobar multimillonarios paquetes de ayuda para los agricultores perjudicados, generando más carga para los contribuyentes.
América Latina: Daños colaterales
Países latinoamericanos también sintieron el impacto de estas medidas proteccionistas. México y Brasil, grandes exportadores de acero y productos agrícolas a EE. UU., enfrentaron aranceles que encarecieron sus productos, reduciendo su competitividad. México, además, sufrió por ser parte de cadenas de suministro integradas con fábricas estadounidenses, especialmente en el sector automotriz.
Los aranceles contra China también tuvieron efectos secundarios en la región. Por ejemplo, muchos países latinoamericanos exportan materias primas que China compra para manufacturar productos destinados a EE. UU. La caída de esas exportaciones afectó las economías locales. Además, con la disminución de la inversión extranjera directa y la incertidumbre global, algunas economías emergentes sufrieron devaluaciones monetarias y desaceleración económica.
Una estrategia costosa y mal calculada
Si bien la administración Trump buscaba revitalizar la manufactura estadounidense y reducir el déficit comercial, los resultados fueron mixtos. Los aranceles no llevaron a un gran regreso de empleos industriales; muchas empresas simplemente trasladaron la producción a otros países con costos más bajos, como Vietnam o India. Al mismo tiempo, el consumidor promedio en EE. UU. pagó más por los productos afectados.
Para América Latina, la guerra comercial provocó disrupciones en sus mercados y vulnerabilidad económica, justo cuando varias economías luchaban por crecer. A la larga, la región tuvo que diversificar sus socios comerciales, acercándose más a China y la Unión Europea, alejándose de la histórica influencia económica de EE. UU.
La política arancelaria de Donald Trump dejó claro que en una economía globalizada, las guerras comerciales rara vez tienen ganadores. Los consumidores estadounidenses pagaron más, los agricultores sufrieron, y las economías latinoamericanas sintieron el golpe de una inestabilidad que no provocaron. Lo que comenzó como una estrategia para fortalecer la economía de EE. UU.