CINCO CAPTURAS o inclaudicable en sus principios

"Cada página impresa en este pequeño volumen-testimonial sangra, por estar plagada de vida, de mucho dolor, pero revitalizadas por la esperanza de ver un país más humano": Luis Antonio Chávez.

“El que tenga oídos para oír, oiga”
San Mateo 13:9

Cada día enfrentamos situaciones difíciles o fáciles. Algunos prestamos atención, otros, pasamos de largo. Así hallamos personas con una sensibilidad desbordante que no admite términos medios, pues no aceptan las injusticias, sobre todo cuando se violentan los derechos más elementales… Lo anterior nos arranca estas líneas para hablar del libro testimonial Cinco Capturas, escrito por Alfredo Acosta Díaz (Editorial Escorpión 2024, en su colección Testimonio).

Y no podía faltar -dentro del corazón del autor-, el agradecimiento sincero, arrancado desde el fondo de su alma, hacia todos aquellos compañeros que iniciaron el proceso impregnado de sacrificio, dolor… esfuerzo en el cual algunos quedaron en el camino, otros verían el fruto de su entrega… pues tras largos años de sacrificio había esa recompensa, y Alfredo lo sabe, por eso nos escribe:

“Es un justo reconocimiento al sacrificio y entrega de ellas y ellos por enarbolar la bandera roja, la bandera de la libertad, el estandarte que recoge los anhelos de justicia y emancipación de la clase oprimida que ambiciona tener derecho a la salud, educación, vivienda digna, salarios justos, libertad de reunión, organización, libertad de expresión y de culto… En esa lucha, muchos fueron encarcelados, exiliados, torturados, asesinados, desaparecidos. Así como centenares de familias desintegradas”, expresa el autor. (Pág. 52 y 53)

Pese a que la reseña dejó de escribirse en el año 2011 por circunstancias que no tiene caso mencionar, el autor, Alfredo Acosta Díaz (Chalchuapa, Santa Ana, 1928), carpintero de oficio y de profesión, Tenedor de libros, nos dibuja una cruda realidad que, para aquel que no vivió la persecución, las torturas, el cierre de oportunidades en los años de las administraciones militares, agudizándose durante el conflicto armado, creerá que es una película de Hollywood.

“Durante 75 años, Alfredo Acosta Díaz (1928…) ha soñado, sufrido, deseado, y luchado por la democracia y el socialismo en El Salvador. A los 16 años escucha el mensaje revolucionario de combatir a la dictadura militar y se integra a la Juventud Romerista, que era el sector juvenil del Partido Unión Demócrata (PUD), dirigido por el Dr. Arturo Romero”, acota Roberto Pineda, escritor que conoce muy de cerca estos acontecimientos.

Cada página impresa en este pequeño volumen-testimonial sangra, por estar plagada de vida, de mucho dolor, pero revitalizadas por la esperanza de ver un país más humano, más empático, pues el autor ha vivido cada episodio de donde ha salido con mayor convicción y convencido de que habría que reescribir la historia, hechos que le dejaron huella, más no cesaron en su intento por luchar por los desposeídos… y esto que sólo tenía 16 años cuando decidió tomar en sus manos el estandarte de la justicia, fue testigo ocular de esos acontecimientos y hoy los narra sin empacho alguno:

“Luego del Golpe de Estado del 21 de octubre, todos mis compañeros se fueron para Guatemala y yo también alisté maletas… “Todos murieron en Ahuachapán en diciembre de ese año… cuando entraron para combatir a la dictadura militar… eso fue terrible, nos afectó a todos… y provocó que más gente se fuera para Guatemala, incluso comerciantes que se habían dado “color” apoyando al Dr. Romero…”, escribe Alfredo Acosta Díaz. (Pág. 64).

Son 232 páginas integrantes del libro comentado, donde se describe la incursión del personaje en la política criolla, la cual data desde los años 40, cuando, tentado por la curiosidad, asiste a los mítines y escucha discursos “incendiarios” que enfocaban la dura realidad que vivía nuestro pueblo, hablo de hambre, escasez, desempleo, asesinatos…

Aquellos discursos calaron hondo, y desde ese momento Alfredo Acosta Díaz supo que las palabras de esos hombres buscaban derrocar al tirano Maximiliano Hernández Martínez (Dic. 1931—mayo 1944), y tenían su razón de ser, pues se exhortaba a luchar por los desposeídos, acción que tras muchos años plagados de sangre derramada tuvo su recompensa en una huelga de brazos caídos.

El autor de Cinco capturas participó desde su niñez —sin medir consecuencias— en las luchas y las reivindicaciones del pueblo… labor que forjó su carácter y fue testigo de los abusos del régimen de Hernández Martínez; todo ello pese a que apenas rondaba los 16 años de vida, época en que subsiste el espíritu de la rebeldía y la aventura, razón por la cual recibe con entusiasmo los discursos, con ello toma conciencia de la realidad, y pronto se incorpora al PUD en labores de pinta y pega.

Miembro reconocido dentro de las filas del Partido Comunista de El Salvador, fue diputado por la Unión Democrática Nacionalista, para el periodo 72—74; lucha que le llevó a ser apresado en cinco ocasiones desde 1962 hasta 1983, por lo que, en las 232 páginas narra —sin tapujos— los vejámenes a los que fue sometido por no doblegarse a las barrabasadas del gobierno de turno.

“La música que escuchaba durante las primeras horas de la mañana, a todo volumen, era posiblemente para que los vecinos a esta casa no se dieran cuenta de lo que sucedía en su interior. En ningún momento, con esa música, escuché cuando torturaban a mi hijo Ernesto, ni a mi cuñada Hilda, ni a otros muchachos que, posteriormente, me enteré, habían estado en ese lugar, en los mismos días de nuestro cautiverio”… escribe Alfredo Acosta Díaz en la página 133.

Es, Cinco capturas, un testimonio duro, cruel y desgarrador para aquellos cuyo corazón desborda solidaridad acompañada de una sensibilidad más alta que el Everest, aquí conoceremos a un hombre sensible al dolor del prójimo, además de otros contemporáneos de quienes aprende que la solidaridad es imprescindible.

Acosta Díaz desnuda en este testimonio la esperanza, los avatares de un revolucionario que arriesgó la vida y hoy nos la describe, son hechos vividos por una casta de hombres y mujeres que no se amedrentaron frente a un panorama incierto, ante unos años plagados de crímenes de lesa humanidad, episodios de vida colmados de torturas, capucha, choques eléctricos, desaparecimientos forzados, guerra psicológica…

“En el curso de la mañana del día 9 de junio comenzó el interrogatorio, por supuesto iniciaron enrollándome alambres eléctricos en las orejas; ante cada negativa a sus preguntas, un corrientazo; insistían donde estaban las casas de seguridad de Schafik, Domingo Santacruz, Mario Aguiñada, Miguel Sáenz Varela y otros”. (Pág. 133).

Sus inicios

Si bien Alfredo Acosta Díaz se inicia en el Partido Unión Demócrata (PUD), es en el Partido Acción Nacional (PAN) cuyo máximo representante fue Roberto Edmundo Canessa, donde se integra a campañas de pinta y pega, lo cual sería el génesis de una trayectoria política que le lleva a sufrir todo tipo de atropellos al enfrentarse a regímenes militares.

El autor describe las veces que estuvo como “huésped de honor” en las cárceles clandestinas y en las mismas bartolinas de la Policía Nacional; son 232 páginas exquisitas y vivenciales desbordantes de emociones, el sentir y pensar de un personaje que pertenece a esa casta de hombres rudos, pero con un corazón sensible al dolor, que aborrecen las injusticias, por lo cual luchan con lo que tengan y puedan, aunque eso les cueste la vida…

“De nuevo en la cárcel clandestina me subieron a algo parecido a una batea, de esas en que amasan pan. Ya finalizando el día 12, me sacaron. Subimos las más de 10 gradas, me empujaron, caí sentado en el piso de un microbús, allí había herramientas de construcción, azadón, pala, piocha y unos lazos. Como no estaba esposado, palpé esas herramientas, pasados unos minutos, cayó a mi lado un cuerpo, por la parte de debajo de la venda vi que el hombre vestía pantalón negro, igual al que andaba mi hijo a la hora de la captura; le dije: —Neto, ¿eres tú? —Si, papá —me contestó. —De inmediato nos abrazamos. Luego mi hijo me dice: —Perdóneme papá, pero no me percaté que me siguiera la policía, por eso es que estamos presos”. “Como también él tocó las herramientas, se imaginó lo mismo que yo; nos iban a matar”… (Pág. 136)

Las emociones narradas en este libro son vibrantes, llenas de esperanza, y aunque a veces pensaríamos que el personaje “tiraría la toalla”, cada detención hacía resurgir más al hombre aguerrido en quien no cabría la frustración al ver trajinar —como Juan por su casa— a doña muerte, pues a diario veía sacar de las celdas a humildes campesinos u obreros que aparecían después en caminos vecinales con signos de tortura y perforados a balazos.

En Cinco capturas se narra el rol que muchos que, como Alfredo Acosta Díaz, nos toman de la mano para mostrarnos la otra cara de la historia, 232 páginas en que el actor nos introduce a un panorama desolador, poniéndonos en bandeja la desfachatez de los gobiernos militares, los fraudes electorales, presidentes impuestos por la oligarquía, las carceleadas recibidas, y otros aderezos.

“Casi toda mi familia fuimos golpeados con las capturas. Como a los tres meses de estar en Mariona, capturaron al esposo de mi hija Ismenia, Ernesto Cornejo Álvarez, quien fuera delatado que en su taller de zapatería se hacían zapatos para la guerrilla”. (Pág. 148).

Y es que el autor del libro que comentamos supo o intuyó desde sus inicios que su trajinar por el PCS no sería fácil, sino que éste le llevaría a sufrir todo tipo de agresiones: paradigmas que retó con estoicismo, y hoy nos presenta a un hombre cuyas circunstancias le llevaron a estar siempre en el ojo del huracán, a la diestra, y no precisamente para sobarle la leva al mandatario de turno, sino para hacerle cosquillas desafiándolo, poniéndole los puntos sobre las “ies”, aunque el riesgo conllevara ser apresado y torturado, o que pensara terminar en un río cosido a balazos, lanzado desde un helicóptero, tirado por allí en alguna calle o en la carretera con un tiro en la sien.

Pero la lucha de Alfredo Acosta Díaz no ha gravitado en solitario, ya que en Cinco capturas encontramos nombres emblemáticos inmersos en las luchas del pueblo salvadoreño, hablamos del doctor Arturo Romero, Roberto Edmundo Canessa, Enrique Álvarez Córdova, Antonio y Rafael Sandoval (propietarios de la fábrica de cuero conocida como El Búfalo); Fabio Castillo Figueroa (Decano de la Universidad de El Salvador), Edito Genovés (eterno luchador sindical), Schafik y Farib Handal, Rafael Aguiñada Carranza (eternos guerreros cuya entrega y a un decir no a los atropellos al pueblo, les costó la vida), entre otros, con quienes compartió sus enseñanzas, puliéndose como el granito para legar a las nuevas generaciones ese temple de acero y cerrar con broche de oro cantando a todo pulmón el Himno a la Unidad.

Confieso que hablar del libro de Alfredo Acosta Díaz es reconocer que el autor pertenece a una pléyade de hombres y mujeres con una sensibilidad desbordante de solidaridad sindical y partidaria, un grupo que se entregó a una causa que les dejó huellas más no amarguras, por ello decimos que las líneas impresas en este testimonio de vida están plagadas de perseverancia y en ella nos recuerda que el autor siempre supo que había una luz al final del túnel.

Lo gratificante de todo esto es que se nos presenta una vida dedicada a luchar por las reivindicaciones del pueblo, de sufrir en carne propia los agravios cometidos en las cárceles del régimen para doblegarlo, pero no lo lograron, por eso es que hoy decimos que el autor era una voz que templó su carácter, y aunque cimbró las fibras más sensibles, dejó la experiencia, y con ello nos muestra que se mantuvo inclaudicable, porque sabedor estaba que la esperanza es lo último que muere.