Chivo Pets: entre la dependencia y la falta de gratitud

"La enseñanza que este sinsabor del cierre-no-cierre de la Chivo Pets es clara: seamos agradecidos y apreciemos lo que tenemos antes de que desaparezca": Nelson López Rojas.

Por Nelson López Rojas.

Cuando se expone el maltrato en el refugio de Ilopango, medio mundo alza la voz para criticar; pero cuando los refugios piden comida, medicinas y apoyo, la mayoría permanece indiferente. Ni el sufrimiento de los animales ni la falta de empatía parecen importar. Ese mismo día me enteré del cierre de Chivo Pets.

Y la cierran. Y se despiden. Y todos lloramos. Y ahora Nayib dice que rectifica, pues ha escuchado a la población (cosa que no ha hecho con la minería, pero ese es otro tema) y la reabre con un reclamo: son ustedes un atajo de desagradecidos. Y el hombre tiene razón.

Me pican las manos por llegar a casa y escribir esta columna que resuena tanto. Pongo a Tom Keifer de Cindirella para que me diga “Don’t Know What You Got (Till It’s Gone)”, o sea “No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes” por si no hablás inglés. Es curioso cómo la gente no valora lo que tiene hasta que lo pierde, y no solo hablamos de amores, como en esa balada gringa. Esta conducta se manifiesta en todos los ámbitos de la vida, desde los servicios gratuitos hasta los favores personales. Mientras algo está disponible y accesible, pasa inadvertido; pero basta con que desaparezca para que surjan las quejas y los reclamos. Vaya cosa.

Durante el funcionamiento de la Chivo Pets, vi multitud de camionetonas haciendo fila para ingresar. ¿Será que estos individuos con semejante opulencia no pueden pagar una veterinaria privada para sus mascotas? Y así muchos que llegaban en Uber con sus mascotas tenían que hacer una fila mayor pues los avariciosos estaban ahí. Quejas, puras quejas.

Aunque la gente se beneficiaba, pocos destacaban lo beneficioso de su existencia o el alivio económico que representaba para los dueños de mascotas. En una emergencia, yo mismo usé el servicio. Llevé ahí a mi perro viejo en sus últimos días y todos los exámenes no desembolsé ni $5 en Bitcoins. Sin embargo, cuando se anunció su cierre, la indignación se hizo sentir. De pronto, aquellos que nunca expresaron agradecimiento reclamaban su derecho a tener una veterinaria prácticamente gratis. Más aún, había quienes sacaban provecho del sistema, como ciertas personas que vendían perros y utilizaban la veterinaria gratuita para sus esterilizaciones sin cuestionar la sostenibilidad del proyecto. Para su futuro funcionamiento, debe haber un estudio socioeconómico como el que te hacen en la UES para determinar si el sujeto es sujeto a una beca o no.

Este fenómeno no se limita a servicios veterinarios. Organizaciones no gubernamentales que han brindado apoyo social también enfrentan situaciones similares. Mientras los fondos fluyen, los beneficiarios rara vez se preguntan de dónde proviene el dinero o cuánto esfuerzo implica recaudarlo o qué hacer para su sostenibilidad. Pero cuando los recursos se agotan y la ayuda cesa, el donante se convierte en el villano. Ejemplo de esto es USAID, una agencia de cooperación internacional que, cuando Trump dice que va a dejar de financiar muchos proyectos, recibe más críticas que agradecimientos.

La misma lógica se aplica a situaciones más personales, como cuando un amigo, al ver la necesidad del amigo, le presta dinero con buena voluntad; pero, cuando llega el momento de cobrar, en lugar de recibir el pago acordado, se enfrenta a excusas, resentimiento y hasta reclamos moralistas: “Si tenés tanto, ¿por qué no donás a los que menos tienen?”. El amigo ignora por completo que se trataba de un préstamo, no de un acto de caridad.

Las relaciones familiares tampoco escapan a esta dinámica. Un tío generoso que solía regalar juguetes, dinero e incluso permitía el uso de su tarjeta de crédito era el mejor del mundo… hasta que decidió dejar de beneficiar a aquellos que, como el azadón, solo tomaban sin dar nada a cambio. En lugar de recordar con gratitud lo recibido, estos familiares prefieren criticar la falta de nuevas dádivas.

Incluso en la educación se observa este comportamiento. Cuando ofrecí clases gratuitas de portugués, el desinterés de los alumnos era evidente. Pero cuando decidí cobrar y vender los materiales de estudio, aparecieron los reclamos: “¿Por qué ahora cobrás?”. El problema no era la falta de recursos, sino la falta de aprecio por lo que no tiene costo.

Este es el punto central: lo que no cuesta, se hace fiesta. Cuando algo es gratis o fácil de obtener, la gente se acostumbra a ello sin reflexionar sobre su valor. Por eso promuevo la idea de elegir conscientemente a qué lugares acudir, promuevo y promulgo que se usen los centros comerciales que no cobran parqueo. Si he de tomar un café con alguien, los cito en La Gran Vía o en algún Encuentro.

Puedo o no estar de acuerdo con el presidente, pero la enseñanza que este sinsabor del cierre-no-cierre de la Chivo Pets es clara: seamos agradecidos y apreciemos lo que tenemos antes de que desaparezca. Expresemos lo que sentimos en el momento adecuado. Y, sobre todo, no nos acostumbremos a recibir sin reconocer el esfuerzo detrás de lo que nos dan, porque si dependemos demasiado de algo sin valorarlo, su ausencia nos dolerá mucho más como la canción de Cindirella. No nos acostumbremos a nada para que después, cuando eso falte, no nos haga falta.