Barberías (Tercera parte)

"El tiempo corre como un caballo desbocado y vale la pena recordar a Cindy y su espléndida estética": Gabriel Otero.

Por Gabriel Otero.

CINDY LA ESTILISTA

Sus yemas en el cuero cabelludo causaban un placer más allá de este mundo. El agua tibia recorría cada cabello hasta la raíz, y ella, delicada, masajeaba el cráneo y rozaba las ideas. La sensación de adormecimiento pesaba cual plomo en las pestañas, lo único que tenía cierta incomodidad era apoyar el cuello en la fría tina de cerámica.

Cindy tenía manos prodigiosas, hacía real el mito de crecer el cabello en menos de un mes y había que acudir al inexorable corte que implicaba lavado y despunte, era una estilista de conversación fácil y agradable, se debía hacer cita porque era muy requerida y talentosa, lo mejor llegaba al final del día y ser el último cliente para gozar de tratos y atenciones preferenciales.

Primero tuvo su estética en Metrosur, en un pequeño local con vitrina sobre el pasillo principal para luego trasladarse a un espacio cuatro veces más grande en Metrocentro, la estética de Cindy rompía esquemas en cuanto a la calidad de este tipo de negocios en centros comerciales, que como norma general, son malos y caros. Su perfil unisex. tenía la versatilidad de atender a mujeres y hombres con el mismo nivel de exigencia, sin embargo, lo más costoso y sofisticado siempre fueron los tratamientos de belleza para mujeres.

Ellas, desde temprano acudían a su cita para practicarse en cabeza, pies y manos toda la variedad alquímica de servicios que incluían desde los despuntes elementales de cabello y sus blondas luces hasta las complicadísimas trenzas africanas.

En su momento de apogeo, la estética de Cindy llegó a tener 26 empleadas en dos turnos, y así duró dos o tres años, la última vez que asistí al lugar para un masaje de cuero cabelludo fue antes de casarme, eso sucedió hace tres décadas, dudo que el negocio aún exista.

El tiempo corre como un caballo desbocado y vale la pena recordar a Cindy y su espléndida estética como un sitio pleno en el que yo olvidaba las presiones y en sus manos me sentía transportado al nirvana.

Hoy mi pelo pasó a mejor vida.