Entre las obstinaciones más implacables del ser humano está la búsqueda de la felicidad.
Como decía el filósofo francés Voltaire, “buscamos la felicidad sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo que tienen una”. Pero, por supuesto, no hay una respuesta para los perjuicios en caso de no encontrarla.
Si la gente vive obsesionada con la felicidad es porque está planteada como la panacea de todos los tiempos. Desgraciadamente ese estatus de máxima felicidad cada vez más se asocia con tener más y más.
Hemos convertido la felicidad en sinónimo de gasto, en comprar todo lo que vemos, en usar las mejores marcas de ropa y lucir bien, aunque todo sea superficial. Para algunos la felicidad es ponernos lo que está de moda aunque no nos siente bien, incluso emulando a muchos de los nuevos cantantes que hasta se quitan sus dientes para sustituirlos por oro o brillantes.
La felicidad puede encontrarse en los lugares más insospechados, como lo describe el relato de León Tolstoi en La Camisa del Hombre Feliz. Allí narra la historia de un deprimido zar y la receta que le dan para curar su mal: debe enfundarse la camisa de un hombre feliz. Pero la sorpresa es que después de una intensa búsqueda sus súbditos descubren que el único hombre feliz que habían encontrado… no tenía camisa debido a su pobreza.
Sin embargo, la sociedad nos empuja al consumo como sinónimo de la felicidad.
Nos venden que la podemos obtener nadando en lujos obscenos, como probar las comidas con láminas de oro, lucir el carro del año, una mansión fastuosa y todo tipo de excentricidades, más propias de una estrella de Hollywood que de una persona normal.
El problema, además, es que el listón cada vez queda más alto y por lo tanto se necesitará algo que supere lo anterior para mantener el “nivel de felicidad”. Y eso, se sabe, es imposible de lograrlo todo el tiempo.
Son pocos los que entienden que en realidad la felicidad es una utopía.
La felicidad consiste en las cosas efímeras o sencillas. Son momentos, abrazos, besos, conversaciones, un trabajo bien hecho, una puesta de sol, oír el trino de los pájaros, una plática con los verdaderos amigos, el placer de la familia reunida. También lo son momentos de disfrute de nuestro ser interior, de escuchar música que nos agrade, el disfrutar de la vida pacífica sin grandes peligros, el dar y ayudar a otros, ser altruistas y disfrutar de dar alegría a otros con nuestros actos.
La felicidad es ser libre, ser independiente, no ser esclavo de una droga, del alcohol, del juego o de las relaciones peligrosas.
Por todo eso antes descrito, es más fácil lograrla de lo que parece. Sin embargo, desgraciadamente nos creemos lo que nos venden y muchas veces teniendo todo para serlo no lo disfrutamos.
Creemos que la felicidad no es eso sino el momento en que podamos comprar, tener y acumular… “Éramos felices y no lo sabíamos”, es la frase de un meme muy popular que sirve para describir un momento pasado que no supimos valorar.
En síntesis, ser feliz es más una actitud, es el disfrute de las cosas sencillas que tenemos. De hecho, obligarnos a ser felices puede ser la mayor condena del ser humano. “Vivimos una época en la que la felicidad se ha convertido en una obligación, y eso es terrible”, afirmó la terapeuta Lizzi Matusevich.
Al ver el ranking de los países más felices del mundo, siempre me ha llamado la atención que muchas veces los países más fríos -es decir los del mal clima- son los que se ubican en las primeras posiciones, especialmente los países escandinavos. Quizás la respuesta es que ellos aprenden a valorar todo lo demás y las cosas sencillas.
Otra cosa importante es diferenciar la felicidad y su disfrute de la enfermedad depresiva o la melancolía de alguien enfermo del ánimo. En esto último hay una dificultad genética, somática, que no nos deja poder disfrutar de la vida. Así como un diabético que no procesa bien sus azúcares necesita insulina, así como el hipertenso que aun haciendo ejercicio y alimentándose bien no logra bajar su presión arterial y necesita un fármaco, así sucede con el depresivo. Hay personas que no disfrutan de las cosas y una terapia podría servirles para cambiar sus prioridades. Primero debería someterse a terapias analiticas para conocerse mejor,
pero si alguien no puede disfrutar porque está enfermo necesitará fármacos y terapias orientadas específicamente a manejar y mejorar su problema.