Por Alonso Rosales.
En un mundo donde la política muchas veces se asocia con privilegios, corrupción y sed de poder, la figura de José “Pepe” Mujica se levanta como una excepción luminosa.
Exguerrillero, expresidente del Uruguay y campesino de alma, Mujica ha dejado una huella profunda no solo en su país, sino también en el corazón de millones alrededor del mundo que ven en él un símbolo de coherencia, honestidad y humanidad.
A diferencia de tantos líderes que han usado el poder para beneficio propio, Mujica optó por vivir según los mismos principios que predicaba. Durante su presidencia (2010-2015), rechazó los lujos del cargo, donando la mayor parte de su salario a causas sociales y residiendo en su modesta chacra en las afueras de Montevideo. Esta forma de vida no era un acto político ni una estrategia de imagen: era la continuación natural de una ética personal forjada en la lucha, la cárcel y el compromiso social. Uno de los rasgos más admirables de Mujica fue su decisión de no tomar revancha contra los militares que lo encarcelaron durante más de una década bajo condiciones inhumanas.
En lugar de alimentar el resentimiento, optó por la reconciliación. Su capacidad de perdonar sin olvidar es un testimonio de madurez política y emocional, que contrasta con los ciclos de venganza que muchas veces marcan a las democracias frágiles.
Mujica no fue solo un político austero; fue, y es, un pensador profundo que ha reflexionado con crudeza sobre los males del consumismo, la desigualdad y la pérdida de valores humanos. Su legado no está hecho de monumentos ni de grandes obras materiales, sino de palabras sinceras y actos ejemplares. Su estilo de liderazgo —basado en la empatía, la sencillez y la transparencia— lo convirtió en un referente moral en tiempos de cinismo y desconfianza hacia las instituciones.
Hoy, su voz sigue siendo escuchada con respeto en foros internacionales, no por el cargo que ostentó, sino por la autoridad ética que representa. Mujica nos recuerda que otra forma de hacer política es posible: una política con alma, con humildad, con compromiso real con los más débiles. El legado de Pepe Mujica trasciende fronteras. Su vida es una lección de humanidad. Y en tiempos donde la coherencia es escasa, él permanece como un faro que ilumina el camino de quienes aún creen que la política puede ser un acto de amor al prójimo.