Las coronas nunca han sido de mi gusto. Ni las monárquicas ni las bebibles ni las dentales ni las funerarias ni mucho menos las patógenas. Pero debo reconocer, en el albor de mis setentas, que el Covid-19 es la primera pandemia que he vivido conscientemente y, afortunadamente no de manera corporal (¡la corona de espinas de Cristo me proteja!), y eso, que son muchas las enfermedades virales o bacterianas que han azotado al mundo. Es más, es la primera vez que un virus me llama tanto la atención. Ni siquiera la irrupción del retrovirus VIH en la década de los ochenta, el cual, según afirman los virólogos, sigue siendo el virus más letal en la edad contemporánea, me robó el sueño ni me inhibió la libido.
¿Pero qué significa ser consciente o tener conciencia de algo?
Al menos para mí, significa dos cosas: Primero. Haber comprendido y aprehendido la dinámica general de un fenómeno determinado y segundo, poner en práctica los conocimientos adquiridos.
No obstante, y a pesar del presunto grado de conciencia, tampoco estoy inmune al bombardeo informático formal e informal. También tengo mis dudas, como el apóstol santo Tomás. Tal es así, que después de una tertulia espontánea sostenida hace unos días (antes de las medidas restrictivas de movilización social impuestas por el gobierno alemán) con dos médicos, un abogado especialista en derecho laboral, un biólogo ambiental y un teólogo fundamentalista, constaté que los títulos académicos en sí no son garantía alguna de conocimiento de la “verdad verdadera”. Pude comprobar durante la conversación que los dos médicos, por lo demás dos expertos competentes, argumentaban en sentido diametralmente opuesto. El galeno más joven calificaba de “exageradas” las medidas preventivas ordenadas por el gobierno alemán de Angela Merkel, mientras que el más veterano las aplaudía. Por su parte, el abogado expresó con vehemencia y militancia al mejor estilo de Vladimir Illich Lenin que la crisis del coronavirus ha puesto al desnudo las debilidades del estado capitalista e imperialista alemán en cuanto a los derechos laborales de la clase obrera. El joven biólogo se lució con una cátedra acerca de la crisis climática y de la explotación de los recursos naturales, recomendándonos, además, la lectura del libro “Das Ende der Evolution (El fin de la evolución) de Mattias Glauberecht. Mientras el hombre de fe nos recordó a San Juan apóstol y las profecías apocalípticas. Yo expresé, que sí no se contenía y ralentizaba la velocidad de propagación del virus el sistema de salud pública en varios países, incluso en los más desarrollados, podría colapsar y como consecuencia inmediata, el colapso económico nacional e internacional. Para mí, ese es el gran peligro. La discusión por tener un carácter informal (small talk) terminó sin llegar a ningún consenso.
Por mi parte, decidí continuar guiándome por la información de fuentes fidedignas, es decir, de instituciones internacionales de renombre como la Universidad Johns Hopkins de Baltimore, el Instituto alemán de Virología Robert Koch (RKI) y la American Society for Microbiology, porque pienso que es la única forma de mantenerse inmune a la información basura de las redes sociales.
Ahora bien, no toda la información de las redes sociales es basura. Algunos presuntos o supuestos conspicuos académicos tienen opiniones acertadas e interesantes, más allá de lo dudoso de su identidad. Otros, que a lo mejor sí son académicos con pedigrí, navegan en Internet más perdidos que Ulises antes de llegar a Ítaca.
Por esa razón, para ser justo y ponderado, trascribo aquí algunos comentarios y opiniones de “académicos” que escriben en las redes sociales en relación con la situación pandémica actual.
Mientras que otros ilustres académicos entre los que se cuentan la Dra. Alora Silo Pesco, italiana especializada en nutrición y dietética marina, los Dres. Nikon Kola Setapa y Tukaka Ta Guada, gastroenterólogos japoneses especializados en disentería y chorrillo mexicano, y la Dra. Shu Lo Na, viróloga china y bailarina de Striptease en Wuhan, son de la opinión que, en épocas apocalípticas, cuando el mundo parece ser que se va a acabar, lo mejor es fornicar.
Entre la pandemia producida por el virus SARS CoV2 y el pandemonio o griterío histérico originado por la desinformación o falsa información en las redes sociales, encontramos, con los fríos datos del desarrollo de la pandemia y con la investigación y el desarrollo microbiológico y farmacéutico en los Estados Unidos, Europa y Asia con el objetivo de combatir, aniquilar o neutralizar al coronavirus en el menor tiempo posible.
Cuando comencé esta nota este día 24 de marzo 2020 a las 14:45 horas los datos que reportaba la página web de la Universidad Johns Hopkins acerca del Coronavirus eran los siguientes: 392mil 780 infectados; 17mil 159 muertes; 102mil 980 recuperados. Terminé la nota este mismo día a las 18:45 horas con los siguientes datos (COVID-19 Global Cases 24.03.20, 18:45): 407 mil 485 infectados; 18mil 227 muertes; 104mil 234 recuperados.
Esto significa que en 4 horas ha habido un incremento en las cifras: 14 mil 705 más infectados; un mil 68 más muertes; un mil 254 recuperados. Vale decir, que en promedio, en estas cuatro horas se infectaron 3676 personas en el mundo, 267 personas fallecieron y 314 personas se han recuperado de la enfermedad.
Todavía la mayoría de los países se encuentra en el periodo de desarrollo y expansión del virus. Aún no se puede valorar la efectividad de las medidas cautelares y restrictivas impuestas por algunos de los 169 gobiernos en cuestión. No obstante, la situación actual en China demuestra que también se puede llegar al final del túnel. Algunos países llegarán probablemente antes que otros, pero al final de este viaje, todos o la gran parte de la población mundial verá la luz del día.
Sí con organización, disciplina consciente y solidaridad los rusos vencieron al Zar Nicolas II en 1917 y los franceses derrotaron en las urnas electorales a Nicolas Sarkozy I en 2012. ¿Por qué razón no derrotaremos todos juntos al SARS COV 2?
Mañana seguro vendrá otro virus, menos o más virulento que el actual.
¡Ojalá no nos sorprenda defecando! Pues para entonces la reserva familiar de papel higiénico se habrá agotado con toda seguridad.