Por: Rigoberto Chinchilla.
Conocí de Truman Capote, en la Habana en 1999, en un encuentro de estudiantes en el Instituto Internacional de periodismo José Martí, una institución de enseñanza posgrado para la superación y el intercambio de experiencias con colegas de todo el orbe ubicado en el 21 y G del paseo del barrio el vedado de la Habana.
Supe de él, cuando un periodista José Miguel Dib originario de Sagua la grande, al norte de Santa Clara, me peguntó se había leído su obra y me citó algunos de sus libros: Música para camaleones, Mirian, y su obra colosal a Sangre fría; este último, el único texto que confieso había tenido la oportunidad de haberlo digerido, fue ante mi ignorancia que asumí sumergirme a la documentación e investigación de su obra, los cubanos incluso reconocían la influencia de su obra en el periodismo Cubano.
En su novela cumbre es “A sangre fría” (1965) relata con maestría un sanguinario multihomicidio cometido en 1959, en el pequeño pueblo de Holcomb, ubicado en Kansas, Estados Unidos, todo como producto de su labor periodística de haber investigado y entrevistado al acusado de cometer los múltiples asesinatos, su magistral relato permitió la inauguración del género de la novela de no ficción.
Me he estado recordando de él, luego de los acontecimientos y múltiples asesinatos que hemos conocido y que ocurrieron en la ciudad de Chalchuapa, ubicado a 78 kilómetro al occidente de San Salvador, recordé como el periodismo policial ayudó al esclarecimiento de la verdad en muchos de los casos, en otros como obstruyó las investigaciones, por ejemplo el 1975 un asesino en serie en New York, conocido como The son Sam (el hijo de Sam) buscó a el periodista para hacerse conocer como el autor de los asesinatos múltiples de mujeres; sin embargo luego de su captura los asesinatos continuaron.
Truman Capote murió el 24 de agosto de 1984, fue periodista muy complejo, e incluso odioso para algunos de sus colegas del gremio periodístico, algunos le recuerdan por presumir sus relaciones con las altas esferas de la alta sociedad neoyorquina, otros le recuerdan por actuar más con obsesión y pasión que con la razón de la verdad, al final de su vida se confesó alcohólico, drogadicto, homosexual, pero para muchos fue un genio periodístico.
Creo que en el fondo fue un periodistas muy sensible al dolor y a la maldad, cuando uno estudia su personalidad descubre su compleja niñez, la sobrevivencia al mundo con un modelo excluyente y consumista que le perfiló una personalidad hasta quizá egoísta y megalómana. Incluso, él escribe “cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo, y el látigo es únicamente para auto flagelarse”, es como un reconocimiento a su actuar, a pesar de ser uno de los más reconocidos periodistas del siglo pasado, también es una especie de ejemplo de autodestrucción que puede edificarse en el complejo mundo de búsqueda de la verdad.
Mi reconocimiento a los periodistas que investigan desde hace muchos años los asesinatos y violaciones a los Derechos Humanos y tratan de llevar a la luz, la verdad de lo ocurrido siempre.
