Con el dedo en la llaga

Hoy todo mundo habla bien, en su inmensa mayorí­a, del Fiscal General de la República. Los “malacates” –como dijo aquel expresidente que terminó siendo “peso pesado” entre esa ralea‒ y sus compinches públicos y privados, son los únicos que lo atacan. Son los menos, pero aún con mucho poder. El resto de la gente informada y preocupada por el paí­s, ve con buenos ojos el trabajo de Douglas Meléndez. En realidad, este se está ganando –poco a  poco– el reconocimiento positivo y ojalá no defraude. Hay que apoyarlo, por ejemplo, en su legí­tima demanda de recursos y en la censura de los ataques que recibe por parte de quienes ya están siendo procesados, de quienes están a punto de serlo y de quienes tiemblan al voltear la vista hacia arriba y miran su “techo de vidrio”.

Todo mundo habla también de los individuos que acaba de capturar el “fiscalón”; así­ le han dicho y le dicen dentro de la institución a todos los que se convierten en sus titulares. Cuando algún dí­a sea una mujer quien ocupe el cargo, hasta la fecha no ha habido ninguna, le dirán la “fiscalona”. A esos personajes ahora tras las rejas, nunca o casi nunca se los habí­a cargado un sistema de justicia que siempre, siempre ha dejado mucho que desear; ahora están a punto de ser judicializados sus casos y habrá que ver cómo les va en adelante. Ojalá la judicatura esté a la altura. Desde el enfoque de derechos humanos, por un lado hay que exigir respeto del debido proceso y de sus garantí­as judiciales; por el otro, justicia para las ví­ctimas de sus fechorí­as.

La ciudadaní­a honrada celebra que ya no sean solo “chimbolos” los que pesca la Fiscalí­a General de la República; estos que acaban de atrapar no son los peces gordos, gordos… Quizás uno de ellos sí­. Pero algo es algo. Quién se iba a imaginar que algún dí­a en este paí­s, paraí­so de la impunidad, serí­a procesado un “fiscalón” a menos de un año ‒ocho meses para ser exactos‒ de haber entregado el cargo; sobre todo, sentando un importante precedente al ser acusado por omisión de investigación.

También se acusa al ahora imputado, Luis Martí­nez, por el delito de fraude procesal; pero el primero, es el que se lleva las palmas.  Este singular sujeto ‒según el artí­culo 311 del Código Penal y la Fiscalí­a‒ siendo titular de la misma se negó a promover la investigación de un hecho delictivo del que tuvo noticia en razón de sus funciones. De ser encontrado culpable de haberlo cometido, Martí­nez tendrí­a que purgar una pena de tres a cinco años de prisión.

Por cierto, en octubre del año pasado ‒hace poco ciertamente‒ José Luí­s Merino a quien no  poca gente lo ve como el poder tras el trono en el partido de Gobierno, habló así­ de Martí­nez cuando este pretendí­a continuar tres años más en el cargo: “Ha hecho el esfuerzo necesario, ha habido una notoria mejorí­a en la capacidad investigativa de la Fiscalí­a, ha ayudado a que mejore la aplicación de la justicia en el paí­s”. Y al preguntarle si, en opinión del FMLN, el entonces “fiscalón” habí­a hecho méritos para ser reelecto Merino contestó lacónico: “Yo creo que sí­”. Eso dijo Merino y vean hoy en qué lio se encuentra su “preferido”. Uno se pregunta: ¿Y a cuenta de qué ese apoyo?

En medio de esta vorágine, no “sacudón” como peculiarmente expresó quien ocupa ese mencionado trono, ha aparecido salpicado Mauricio Funes y –como hizo él con Francisco Flores‒ lo están haciendo añicos mediáticamente. Por más que uno u otro no sea “santo de su devoción” nadie deberí­a hacer eso, por mucho que el primero lo haya hecho con el segundo. No por la supuesta “dignidad” de haber sido presidentes de la República; con su desempeño, cada quien a su modo, no parece ser que se la merezcan. Es por su dignidad humana.

A Funes lo atacó, como este atacó a Flores en su momento, el presidente del partido ARENA: Jorge Velado. De su perorata primera, tras conocer los allanamientos en residencias y negocios de un empresario fundador del movimiento llamado “Amigos de Mauricio”, los medios destacaron sobre todo los retorcidos deseos de Velado: ver a Funes dentro de la bartolina donde metieron a Flores en su momento.

Pero ninguno rescató, al menos que yo sepa, cuando se refirió a la familia de éste último. Dijo el dentro de poco expresidente del Consejo Ejecutivo de ARENA, mejor conocido como el COENA, que Funes no se puso a pensar en su familia cuando ‒según lo calificó Velado‒ cometió el primer “homicidio polí­tico” después de la guerra.

Todo lo anterior, deliberadamente redactado así­, sirve para llegar a esto último que es lo que realmente interesa: la familia, sus sentimientos de dolor y sus deseos de justicia; su legí­tima demanda de conocer toda la verdad y la obligación estatal de repararle el daño causado. Pero no me refiero a la familia Flores Rodrí­guez, la cual tiene los recursos para hacerlo sola y el acompañamiento de Velado con su partido detrás.

Hablo y reclamo todo eso para las familias de las ví­ctimas de todas las atrocidades cometidas por uno y otro bando antes de la guerra; uno y otro bando que, después de la guerra, se dedicaron a garantizarse su “buen vivir” ‒con o sin corrupción‒ y defender corruptos. Por eso tiemblan tanto ante la reciente declaratoria de inconstitucionalidad de la amnistí­a. Esa infame ley fue tabla de salvación hasta hace poco para quienes siempre le negaron esos derechos a estas familias ví­ctimas; para quienes dijeron luchar antes por la revolución y ahora sostienen que primero está una difusa “reconciliación”, no puede hablarse más de traición.

Yo mientras tanto, para no dejar que salga de la agenda, seguiré en lo mismo: con el dedo en la llaga purulenta de la impunidad, “trapo sucio” con el cubren a criminales, seguro de que el problema no es el dedo sino la llaga.